¡No soporto verte brillar!

“Cuenta una fábula que una vez una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga. Esta huía rápido, con miedo, de la feroz predadora, y la serpiente al mismo tiempo no desistía. Huyó un día, dos días y la seguía. Al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo a la serpiente:

– ¿Puedo hacerte tres preguntas?

-No acostumbro a dar este precedente a nadie… pero como te voy a devorar, puedes preguntar- contestó la serpiente.

-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?

-¡No! – contestó la serpiente.

-¿Yo te hice algún mal?

-¡No! – volvió a responder la serpiente.

-Entonces ¿por qué quieres acabar conmigo?

– ¡Porque no soporto verte brillar!”

A veces no sabemos reconocer con qué intención nos están enfrentando otras personas. Hay quienes pueden perder el sueño y un valioso tiempo en entender por qué alguien quiere perjudicarlas. Pueden culparse a sí mismas pensando que hacen algo mal, que de alguna forma han dañado a alguien y que esa persona les ataca por alguna razón. Después de darle mil vueltas no encuentran respuesta, porque no valoran que lo que sucede puede ser algo tan natural como la envidia. La envidia es un sentimiento humano sin control, como todos, y cualquier persona es susceptible de sentirla. El problema, como siempre, es no saber manejarla.

abuso-emocional-envidia

Cuantas veces escuchamos eso de “envidia sana”, en un intento de dulcificarla, de quitarle hierro. Pero no nos engañemos, la envidia es envidia, ni sana ni insana. Enferma cuando gobierna nuestras acciones y nuestra vida. Y sobre todo cuando nos lleva a perjudicar a otros.

La envidia nos da un pellizco cuando algo que desearíamos para nosotros lo consigue otra persona. Y lo queremos, lo queremos conseguir. Así de primario y de sencillo. Podemos hacer dos cosas ante este hecho: aceptarlo y aprovecharlo para que nos impulse a luchar con más fuerza por lo que deseamos; o dejar que nos envenene y nos lleve a odiar a la persona que lo ha conseguido, juzgándola injustamente, en vez de pararnos a pensar qué hemos hecho nosotros para conseguir lo que ella tiene.

Las personas que sufren fuertemente la envidia necesitan trabajar más su autonomía y autoestima, la que nos permite juzgarnos constructivamente para conseguir fijar nuestra energía en el objetivo y no echar la culpa a los demás o a causas externas por no conseguirlo.

¿La bella que cambió a la bestia?

Este bello cuento, puesto a la moda por su reciente adaptación, tiene muchas versiones y un origen remoto. Hay quien lo traslada incluso a la fábula de ‘Amor y psique’ de los griegos, y pasa por muchas versiones en Europa hasta la más actual, la versión francesa. En resumen es la historia de una bella y buena chica que termina con una bestia que en realidad es un príncipe, y como es habitual, viven felices para siempre. Ella descubre la verdadera belleza que esconde en su alma el horrendo ser, y por eso se rompe el encantamiento. Por lo tanto, transmite aquel gran valor de ‘no hay mayor verdad, la belleza está en el interior’.

La belleza real está en el interior, sí. Hasta aquí nada que decir. Pero si tienes que excavar para encontrarla, puede que no estés buscando en el lugar correcto. A veces merece la pena quedarse con una pareja que ya venga príncipe de casa ¿O es que valoras que ese esfuerzo es lo hace más valioso? El amor lleva un trabajo de negociación y de acople entre las personas, pero no tiene por qué ser doloroso, opresivo o costoso. El amor de verdad fluye, no hay que forzarlo.

bella y bestia

Los cuentos de hadas, sobretodo los dulcificados por factorías cinematográficas, pueden ser en apariencia inocentes y moralizadoras. Pero a menudo tienen mensajes subliminales sobre valores sociales un tanto anticuados. La bella y la bestia, por ejemplo, tiene un trasfondo que puede que nuestra mente consciente no reconozca: el amor de una mujer convierte a las bestias en príncipes. Cuidado con lo que queremos creernos.

Los cuentos son potentes herramientas de educación para los niños. Muy importantes en su desarrollo emocional y en el aprendizaje social. Incluso continúan emocionándonos de mayores. Pero jamás perdamos el sentido crítico como adultos y acompañemos a los niños en su interpretación de los mitos. Si queremos una sociedad más igualitaria y reducir las relaciones de abuso, hay que empezar en la infancia. Leámoslo todo, pero leámoslo con los ‘ojos abiertos’.

Reconoce el abuso emocional

Estás en compañía de ciertas personas y al final te vas con un mal sabor de boca. Algo te molesta en la boca del estómago, te hace sentir que no estás a gusto. Parece culpa o vergüenza, pero no sabes muy bien por qué. Son relaciones que quieres pero en el fondo parece que quieras evitar, siempre eres tú el que estás en falta ¿Por qué? Puedes estar siendo víctima de una manipulación psicológica, de lo que puede llegar a ser un abuso emocional. Es más fácil reconocer que una relación es dañina cuando la persona no se esconde, cuando por su perfil de personalidad se muestra abiertamente, incluso con cierta desfachatez. Piensas ¿será posible que sea cierto o soy yo que me he vuelto loca? Algunas de estas estrategias para conseguir salirse con la suya se pueden reducir a estos tipos:

abuso-emocional

– ‘Hacer luz de gas’: “Pero si te lo he dicho… esto ya lo sabías.” Y tú sientes con claridad que lo que sucede es nuevo y no se ha hablado antes ¿cómo lo has podido olvidar? Pero el otro te hace dudar, te asegura con toda la calma que tú no estás bien, que estás loco, que pierdes facultades. A veces puede ser tan sutil que incluso creas que has sido tú mismo el que estás poniéndote mal.

– ‘Silencio’: No hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Las palabras pueden herir, pero los silencios también. Retirar la palabra a alguien es una forma de agresividad muy perjudicial que pone a prueba al que no puede soportar la tensión y acaba disculpándose no sabe muy bien por qué.

– ‘Proyección’: En realidad es el otro el que está haciendo o sintiendo algo negativo, pero acabas siendo tú el culpable cuando no se te ha pasado por la cabeza. ‘¿Ves? Siempre haces lo mismo’ o ‘Ya estás otra vez pensando eso de mí, no me dejas en paz’, y tú ni siquiera sabes de lo que habla.  Te acabas preguntando ¿cómo hemos llegado a esto?

– ‘Intimidación encubierta’: O el clásico ‘tú mismo’, ‘pues tú sabrás’. No hay un ataque directo porque ‘tú verás lo que haces’. Percibes que te amenazan pero te pasan la pelota a tu tejado. Puede que pienses ‘si a mí ni me importa, no es cosa mía’, pero te ves forzado a decidir algo.

– ‘Victimismo’: De repente el malo de la película eres tú. Quizá la discusión o el problema era planteamiento del otro, pero se da la vuelta a lo sucedido y  el agredido u ofendido acaba siendo el otro. Aunque no sepas ni por qué en realidad.

Para vivir relaciones sanas, hay que liberarse de este tipo de comunicación y ser consciente de los juegos en los que estamos implicados. Y sobretodo preguntarte ¿a qué quieres jugar tú? Cuesta por qué no nos han educado para la asertividad, sino para conseguir las cosas por medios indirectos. Cuando el maltrato es obvio puede ser un infierno salir, pero no saber si quiera que están abusando de ti es muy destructivo.