Las relaciones sexuales pueden ser en ocasiones una fuente de estrés, una frustración, un aburrimiento. Para algunas personas puede ser algo muy poco satisfactorio. A veces tienen una causa fisiológica y otras una psicológica; puede ser mezcla de las dos cosas. Puede depender también de un momento puntual o un problema que nos haya sucedido toda la vida. A menudo no se presentan de forma abrupta, quizá parezca algo progresivo. Sea del tipo que sea, un problema sexual puede ser un tabú y un ámbito en sombra que puede limitar la vida de la pareja y el mundo relacional de la persona.
Para poder hacer una evaluación que nos lleve al tratamiento correcto, hemos de hacer un análisis global de la persona: descartar cualquier problema de salud, conocer su visión sobre la sexualidad y atender al momento vital por el que está pasando. Los problemas sexuales son síntoma de movimientos psicológicos internos que muchas veces están dañando a la persona.
Las preocupaciones, dificultades, el estrés, la desesperanza y los problemas no nos pueden permitir la tranquilidad y el disfrute que son necesarios para que la sexualidad fluya. Es muy difícil que si estamos muy obsesionados con algún tema luego podamos automáticamente desconectar y abandonarnos a sentir. Y esto es al fin y al cabo la sexualidad: la capacidad de dejarse llevar al placer, en cualquiera de sus formas.
Cuando una persona tiene un problema sexual, generalmente siente angustia o ansiedad ante la idea de tener relaciones, se preocupa tanto por lo que pueda suceder que la situación no fluye y facilita que le suceda aquello que más teme. Por eso, puede llegar a evitar situaciones de relación por miedo, tensión o vergüenza.
Somos sexualmente como somos en la vida. Conocer cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo y como lo utilizamos en la relación con los otros es un viaje de conocimiento sobre nosotros mismos. La sexualidad es un juego, así que hay que acercarse a él como niños.