Un discípulo llegó muy agitado a la presencia de Sócrates y empezó a hablar de esta manera:
– ¡Maestro! Quiero contarte que un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia. -Sócrates lo interrumpió diciendo:
– ¡Espera! ¿Ya hiciste pasar a través de los Tres Filtros lo que me vas a decir?
– ¿Los Tres Filtros? No los conozco.
– El primer filtro es la VERDAD -replicó Sócrates- ¿Ya examinaste cuidadosamente si lo que me quieres decir es verdadero en todos sus puntos?
– No lo sé. Lo oí decir.
– Lo habrás hecho pasar al menos por el segundo filtro, que es la BONDAD: ¿lo que me quieres decir es por lo menos bueno?
– No, en realidad es algo malo.
– ¡Ah! – interrumpió Sócrates. – Entonces vamos al último filtro ¿Es NECESARIO que me cuentes eso?
– Para ser sincero, necesario no es.
– Entonces – sonrió el sabio – si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido…
La clásica historia de los tres filtros vale para cualquier cosa que vayamos a decir, pero también para cualquier cosa que escuchemos. Entramos en círculos viciosos de información turbia dónde la verdad puede ser escasa, y sufrimos sin necesidad por ello. Podemos tener experiencias dolorosas o conflictivas en la vida y ese sufrimiento puede ser útil. Pero a veces alimentamos un malestar que puede quitarnos el sueño, y hasta la salud, sin valorar realmente si ha pasado uno de los filtros si quiera.
Una manera de conseguir ser mucho más feliz es liberarse de la necesidad de saber en todo momento lo que los demás opinan sobre nosotros, sobretodo porque es probable que no lo hayan ‘filtrado’. Cuando alguien nos hace un comentario negativo, es muy útil preguntarse ‘¿para qué me dice esto?’, es decir, cuestionarse la utilidad de ese comentario para la persona que lo dice. Puede que el contenido te hiera, pero si eres capaz de comprender la intención del atacante, puede que sea más relativo. Ya sabes ¿es verídico, bueno y necesario algo de lo que me ha dicho? Si no lo es, entonces no merece un segundo de nuestro tiempo.
Las personas que se sienten heridas con frecuencia suelen ser más inseguras sobre sus pensamientos o aspecto, por lo que sobrevaloran la opinión ajena. Al fin y al cabo, una opinión no es más que eso, una posibilidad. Y si no pasa los filtros puede que ni eso. Hay un dicho popular que dice “las opiniones son como los ombligos, todos tenemos uno y no sirve de gran cosa.’
Así que si tienes que preocuparte de una opinión, preocúpate por la tuya. Preocúpate de que esté bien formada y sea autónoma y significativa. Y sobretodo, que está bien ‘filtrada’.