“Había un ratón que estaba siempre angustiado porque tenía miedo del gato. No salía de su madriguera sin hacer miles de comprobaciones, no dormía sin cerrar bien la madriguera, se angustiaba por todos los lugares por los que podía aparecer y cazarlo.
Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato. Pero entonces, empezó a sentir miedo del perro, porque el perro podía hacerle de daño de múltiples maneras. De modo que el mago, lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, porque es un animal que tiene más fuerza que ningún otro. Y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador, que perseguía a todas las fieras.
Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:
“Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.”
El pretexto del miedo es muy útil para despistarnos de los objetivos que no creemos que seremos capaces de conseguir, para generar excusas y no ir a por aquello para lo que realmente estamos hechos. Está enmascarando el motivo original que es la falta de confianza en nosotros mismos. Porque el problema no es que no seamos suficientemente grandes, ni suficientemente hábiles, ni estemos suficientemente “seguros”. Posponemos y posponemos explicando muchas veces con pereza lo que realmente es cobardía.
No nos atrevemos porque tenemos miedo al juicio o también miedo al fracaso, porque pensamos que es mejor pensar que era imposible que arriesgarse a no conseguirlo -aunque probablemente sí está a nuestro alcance-. Muchas veces desvalorizamos nuestras virtudes por comparar demasiado con las aptitudes de los demás- ‘si yo fuera más…’’si me pareciera a tal o a cual…’’si fuera capaz de…’-. Y no es que nosotros no tengamos eso que deseamos, es que probablemente no nos hemos dado ocasión de comprobarlo.
Porque si a mí me educan como un ratón, actúo como un ratón y me caracterizo de ratón, al final me creo que soy un ratón, y los demás también lo creen. Y a mí mismo al final no me cabe duda de que jamás seré un gato, un perro, una pantera o un cazador, pero tampoco me doy la oportunidad de aceptar que lo mejor me gusta ser ratón, que no me pareceré a ninguno de ellos ¡ni falta que me hace!
Puedo decidir quedarme dónde estoy y valorar que es bueno. Pero siempre desde la libertad y no desde la queja y desde la resignación. Recuerda que de todo lo que eres, seguro que no eres un árbol, así que si no te gusta donde estás… muévete.