Cinco películas sobre inteligencia emocional

Hemos hablado en muchas ocasiones sobre la importancia de la inteligencia emocional, de lo que nos puede facilitar la vida y ayudarnos a tener mayor bienestar y mejores relaciones personales. Además de ejercicios y lecturas, siempre se puede reflexionar a partir de otras historias, de otros ejemplos. Hoy os propongo cinco películas para observar diferentes actitudes que contribuyen al trabajo de la inteligencia emocional en diferentes aspectos de nuestra vida.

Inside Out: Una de las más recientes películas de Pixar y ya convertido en un clásico. Traducida como ‘Del revés’ en castellano, esta película animada nos explica de manera sencilla cómo funcionan las emociones en nuestro cerebro y también cómo se desarrollan a lo largo de la vida. Es una película para todos los públicos, igualmente entretenida para niños y adultos

Wall-e: Otra obra de Pixar, esta película es una tierna historia sobre la soledad, la comunicación humana y el amor. La relación entre dos robots que viven en un solitario planeta y, sin una palabra, nos generan sentimientos de ternura muy humanos.

Mejor…imposible: Un gran ejemplo del funcionamiento del TOC (Trantorno Obsesivo Compulsivo) Esta película trata también el tema de la empatía, de la manera de transmitir nuestros pensamientos sin agredir o maltratar al otro, procurando respetar y entender los sentimientos ajenos.

El discurso del rey: En esta película se exponen algunas de las claves sobre como afrontar las relaciones sociales a través de la relación entre un rey con miedo a hablar en público y un ‘terapeuta’ que ha aprendido su técnica de una experiencia muy cruda.

El club de la lucha: ¿Cuánto estás dispuesto a arriesgar para lograr tus objetivos? Los dos protagonistas de esta película se enfrentan en una lucha de contrarios por lograr encontrar su lugar en el mundo y reivindicar su espacio.

Unos cuantos temas para reflexionar, películas muy diferentes entre ellas pero muy interesantes para pensar… aprovecha en verano para recuperar alguna y darle una vuelta a tu estado emocional.

¿Son tus excusas mayores que tus objetivos?

“Había un ratón que estaba siempre angustiado porque tenía miedo del gato. No salía de su madriguera sin hacer miles de comprobaciones, no dormía sin cerrar bien la madriguera, se angustiaba por todos los lugares por los que podía aparecer y cazarlo.

Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato. Pero entonces, empezó a sentir miedo del perro, porque el perro podía hacerle de daño de múltiples maneras.  De modo que el mago, lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, porque es un animal que tiene más fuerza que ningún otro. Y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador, que perseguía a todas las fieras.

Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:

“Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.”

El pretexto del miedo es muy útil para despistarnos de los objetivos que no creemos que seremos capaces de conseguir, para generar excusas y no ir a por aquello para lo que realmente estamos hechos. Está enmascarando el motivo original que es la falta de confianza en nosotros mismos. Porque el problema no es que no seamos suficientemente grandes, ni suficientemente hábiles, ni estemos suficientemente “seguros”. Posponemos y posponemos explicando muchas veces con pereza lo que realmente es cobardía.

falta de confianza

No nos atrevemos porque tenemos miedo al juicio o también miedo al fracaso, porque pensamos que es mejor pensar que era imposible que arriesgarse a no conseguirlo -aunque probablemente sí está a nuestro alcance-. Muchas veces desvalorizamos nuestras virtudes por comparar demasiado con las aptitudes de los demás- ‘si yo fuera más…’’si me pareciera a tal o a cual…’’si fuera capaz de…’-. Y no es que nosotros no tengamos eso que deseamos, es que probablemente no nos hemos dado ocasión de comprobarlo.

Porque si a mí me educan como un ratón, actúo como un ratón y me caracterizo de ratón, al final me creo que soy un ratón, y los demás también lo creen. Y a mí mismo al final no me cabe duda de que jamás seré un gato, un perro, una pantera o un cazador, pero tampoco me doy la oportunidad de aceptar que lo mejor me gusta ser ratón, que no me pareceré a ninguno de ellos ¡ni falta que me hace!

Puedo decidir quedarme dónde estoy y valorar que es bueno. Pero siempre desde la libertad y no desde la queja y desde la resignación. Recuerda que de todo lo que eres, seguro que no eres un árbol, así que si no te gusta donde estás… muévete.

Ser una persona normal

La palabra ‘normal’ se usa como si fuera un término realmente universal y no hubiera duda de que, al usarlo, todo el mundo sin excepción supiera a qué se refiere exactamente. Y hay tantos tipos de normalidad como personas. Lo que pasa es que la mayoría finge delante de los demás que no es raro, excéntrico o diferente ¿Por qué? ¿Por qué nos preocupa tanto no destacar? Tenemos que ser y hacer lo que todo el mundo hace, y que todo el mundo se entere de que es así (recuerda publicarlo en redes sociales) no sea que piensen que no eres normal.

Primero me gustaría dejar claro que, a pesar de lo que se pueda pensar, normal únicamente significa que pertenece a una parte de la distribución estadística dónde se acumulan datos – vamos, donde se sitúa la mayoría. Pero bajo ningún concepto eso es un juicio de valor, no significa ni bueno ni malo, sólo lo que es costumbre. Que mucha gente tema salirse de la línea se debe a que desde pequeños muchas veces nos vemos señalados por no hacer lo que las normas nos dicen: ‘Los caballos no son rojos y verdes, vuélvelo a pintar’, ‘el uniforme no es reversible, hay una forma de llevarlo’, ‘los errores se señalan en rojo, los aciertos en verde’, ‘el tema libre son las vacaciones’, etc. Condicionados desde el nacimiento, marcados con un bolígrafo rojo desde la cuna. Cuando nos salimos de línea hay miedo, podemos cometer un error y que todos nos señalen. Pero sólo las personas que se salen de la línea hacen algo un poco productivo por la humanidad o al menos lo intentan. Innovan, buscan otras posibilidades, procuran encontrar respuestas.

ser normal

Por desgracia, los acontecimientos de la actualidad nos demuestran lo poco que hemos cambiado en los últimos diez mil años para seguir actuando como es normal y sentirnos a salvo del dedo señalador. No te engañes, la norma es opcional, es una guía. Como adulto puedes decidir seguirla o no (los niños no tienen esa suerte…) Además, hay una gran noticia: al nacer, ya eres especial ¡no hay que hacer nada! A nadie le gusta ser un robot en el montón. Tú unicidad te define, no tienes nada de qué avergonzarte.

A propósito de este tema, te dejo el vídeo de la entrevista a la directora de una película de humor con un mensaje directo y muy tierno. «Requisitos para ser una persona normal» de Leticia Dolera.

¡Di basta!

Cada vez que dices “no me ha costado nada”, mientes. Cada vez que dices “da igual, ya me lo compensará” sabes que peor aún, te mientes a ti mismo. Cada vez que te das un poco más, sin valorar tu verdadera contribución a lo que haces, das una sonora bofetada a tu autoestima. Es el tipo de situaciones que repiten aquellas personas que sienten que dan más de lo que reciben. Probablemente es en realidad así, dan y dan esperando que se les reconozca en algún momento su contribución, y sin embargo reciben sólo frustración a cambio.

decir basta

Muchas personas llegan a terapia con un problema que explican como “me bloqueo, tengo mucho que hacer” o “tengo que gestionarme mejor, no tengo tiempo”. En ocasiones es una cuestión de organización. Pero la mayor parte de las veces es más bien cuánto abarcas y cuanto aprietas. Con frecuencia son personas que se juzgan duramente por no llegar a ‘todo’. Su ‘todo’ es un mínimo que para la mayoría sería un máximo. Lo que pasa es que no se permiten decir que no a nada por lo que vayan a pensar los otros si les dicen simplemente ‘no, no puedo’. Temer perder el afecto-aceptación-atención de los demás motiva a muchas personas a vivir teniendo que satisfacer las necesidades ajenas sin escuchar nunca las propias. Son personas que con frecuencia sufren de ansiedad, bajo ánimo, ideas de las que no se pueden desprender, falta de sueño. Su cuerpo les va indicando que no puede más y no entienden el mensaje porque están programadas para continuar con su misión: cumplir, agradar, recibir aprobación, no fallar.

¿Cuántas veces se plantean qué reciben a cambio? Es fácil que cualquiera pueda abusar de una persona que no es capaz de respetar sus propios límites. No es sólo ser bueno, también es dejar que te tomen el pelo. No es mala educación ni falta de sensibilidad ni egoísmo ni debilidad. Decir basta es una cuestión de respeto hacia uno mismo. Y al decirlo, nace un halo que provoca mágicamente el respeto de los demás. Como dice la sabiduría popular “si no te valoras tú, nadie lo hará”. Ponle ‘precio’ a tu contribución porque sí te ha costado hacerla.

¿Qué hago con mis problemas?

Había contratado un carpintero para ayudarme a reparar mi casa. Él acababa de finalizar su primer día de trabajo y se había encontrado con varios problemas y dificultades inesperados, por lo que estaba preocupado y de mal humor. Decidí acompañarlo a casa en coche. Durante el trayecto permaneció en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia y yo acepté.

Nos dirigíamos a su casa cuando se detuvo frente a un precioso olivo centenario. Antes de entrar, tocó el tronco con ambas manos, cerrando los ojos. Después, cuando atravesó la puerta de su casa, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara sonreía plenamente. La energía había cambiado completamente. Después de la cena con su familia, me acompañó hasta el coche, así que pasamos nuevamente cerca del olivo. Sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo visto cuando entramos.

– Ese es mi árbol de los problemas – contestó. – Sé que no puedo evitar tener problemas durante el día, como hoy, pero no quiero traer estos problemas a mi casa. Así que, cuando llego aquí por la noche, cuelgo mis problemas en el árbol. Luego, por la mañana, cuando salgo de mi casa, los recojo otra vez. Lo curioso es – dijo sonriendo – que cuando salgo a recoger los problemas del árbol, ni remotamente encuentro tantos como los que recuerdo haber dejado la noche anterior.

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¿Y tú qué haces con tus problemas? ¿Permites que tomen el control de tu vida o eres tú quien los maneja? Cuesta colocar los problemas en un lugar de nuestra mente donde podamos retomarlos cuando tengamos la tranquilidad y la capacidad emocional necesarias para resolverlos. Sin embargo es importante aprender a hacerlo.

Cuando nos enfrentemos a ellos en el lugar y momento adecuados, no sólo podremos verlos de una manera distinta, más objetivamente, sino que podremos encontrar y aplicar una solución con mayor facilidad.

¿Puedes encontrar un ‘árbol’ para tus problemas?

¡No soporto verte brillar!

“Cuenta una fábula que una vez una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga. Esta huía rápido, con miedo, de la feroz predadora, y la serpiente al mismo tiempo no desistía. Huyó un día, dos días y la seguía. Al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo a la serpiente:

– ¿Puedo hacerte tres preguntas?

-No acostumbro a dar este precedente a nadie… pero como te voy a devorar, puedes preguntar- contestó la serpiente.

-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?

-¡No! – contestó la serpiente.

-¿Yo te hice algún mal?

-¡No! – volvió a responder la serpiente.

-Entonces ¿por qué quieres acabar conmigo?

– ¡Porque no soporto verte brillar!”

A veces no sabemos reconocer con qué intención nos están enfrentando otras personas. Hay quienes pueden perder el sueño y un valioso tiempo en entender por qué alguien quiere perjudicarlas. Pueden culparse a sí mismas pensando que hacen algo mal, que de alguna forma han dañado a alguien y que esa persona les ataca por alguna razón. Después de darle mil vueltas no encuentran respuesta, porque no valoran que lo que sucede puede ser algo tan natural como la envidia. La envidia es un sentimiento humano sin control, como todos, y cualquier persona es susceptible de sentirla. El problema, como siempre, es no saber manejarla.

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Cuantas veces escuchamos eso de “envidia sana”, en un intento de dulcificarla, de quitarle hierro. Pero no nos engañemos, la envidia es envidia, ni sana ni insana. Enferma cuando gobierna nuestras acciones y nuestra vida. Y sobre todo cuando nos lleva a perjudicar a otros.

La envidia nos da un pellizco cuando algo que desearíamos para nosotros lo consigue otra persona. Y lo queremos, lo queremos conseguir. Así de primario y de sencillo. Podemos hacer dos cosas ante este hecho: aceptarlo y aprovecharlo para que nos impulse a luchar con más fuerza por lo que deseamos; o dejar que nos envenene y nos lleve a odiar a la persona que lo ha conseguido, juzgándola injustamente, en vez de pararnos a pensar qué hemos hecho nosotros para conseguir lo que ella tiene.

Las personas que sufren fuertemente la envidia necesitan trabajar más su autonomía y autoestima, la que nos permite juzgarnos constructivamente para conseguir fijar nuestra energía en el objetivo y no echar la culpa a los demás o a causas externas por no conseguirlo.

Disfruta de las alegrías sin miedo

La alegría, aunque es la más positiva de las emociones, puede resultar la más complicada. Normalmente pensamos que no depende de nosotros sino que es algo que sucede de forma casual o caprichosa. A veces puede darnos un poco de miedo porque pensamos perderla si la compartimos. Parece que muchas veces debemos mantenernos pesimistas para evitar que se nos escape, como un ritual supersticioso.

Aunque nos parezca injusto que nos pasen cosas ‘malas’ y a veces nos dé la sensación de que estamos en una montaña rusa, no podemos tener una vida con aprendizaje y sentido sin un equilibrio entre alegrías y penas. El balance de ambas cosas es el camino necesario para realizarse.

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Toda experiencia de ganancia supone una alegría para nuestro sistema emocional y debemos disfrutar de todos nuestros logros, incluso de los que nos parecen insignificantes. La alegría, al contrario de la tristeza o la rabia, no disminuye al compartirla sino que se multiplica. No hay alegría más triste que la aquella que no se puede compartir. Ser capaz de encontrar lo problemático es una gran virtud, pero saber valorar las cosas buenas de la vida no es menos importante. Ser verdaderamente consciente de ello es la llave de la felicidad:

LAS LLAVES DE LA FELICIDAD

En una oscura y oculta dimensión del Universo se encontraban reunidos todos los grandes dioses de la antigüedad dispuestos a gastarle una gran broma al ser humano. En realidad, era la broma más importante de la vida sobre la Tierra.

Para llevar a cabo la gran broma, determinaron cuál sería el lugar que a los seres humanos les costaría más llegar. Una vez averiguado, depositarían allí las llaves de la felicidad.

-Las esconderemos en las profundidades de los océanos -decía uno de ellos-.

-Ni hablar -advirtió otro-. El ser humano avanzará en sus ingenios científicos y será capaz de encontrarlas sin problema.

-Podríamos esconderlas en el más profundo de los volcanes -dijo otro de los presentes-.

-No -replicó otro-. Igual que sería capaz de dominar las aguas, también sería capaz de dominar el fuego y las montañas.

– ¿Y por qué no bajo las rocas más profundas y sólidas de la tierra? -dijo otro-.

-De ninguna manera -replicó un compañero-. No pasarán unos cuantos miles de años que el hombre podrá sondear los subsuelos y extraer todas las piedras y metales preciosos que desee.

– ¡Ya lo tengo! -dijo uno que hasta entonces no había dicho nada-. Esconderemos las llaves en las nubes más altas del cielo.

-Tonterías -replicó otro de los presentes-. Todos sabemos que los humanos no tardarán mucho en volar. Al poco tiempo encontrarían las llaves de la felicidad.

Un gran silencio se hizo en aquella reunión de dioses. Uno de los que destacaba por ser el más ingenioso, dijo con alegría y solemnidad:

-Esconderemos las llaves de la felicidad en un lugar en que el hombre, por más que busque, tardará mucho, mucho tiempo de suponer o imaginar…

– ¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde? -preguntaban con insistencia y ansiosa curiosidad los que conocían la brillantez y lucidez de aquel dios-.

-El lugar del Universo que el hombre tardará más en mirar y en consecuencia tardará más en encontrar: en el interior de su corazón.

Todos estuvieron de acuerdo. Concluyó la reunión de dioses. Las llaves de la felicidad se esconderían dentro del corazón de cada hombre.

Aquí las cosas siempre se han hecho así

En un experimento se metieron cinco monos en una habitación. En el centro ubicaron una escalera, y en lo alto unos plátanos. Cuando uno de los monos subía por la escalera para coger un plátano, los experimentadores rociaban al resto de monos con un chorro de agua fría. Al cabo de un tiempo, los monos asimilaron la conexión entre el uso de la escalera y el chorro de agua fría, de modo que cuando uno de ellos se subía en busca de un plátano, el resto de monos le golpeaban con saña. Al final, e incluso teniendo los plátanos, ningún mono se atrevía a subir por la escalera.

En ese momento, los experimentadores extrajeron uno de los cinco monos iniciales e introdujeron uno nuevo en el grupo. Lógicamente el mono nuevo trepó por la escalera en busca de los plátanos. En cuanto los demás observaron sus intenciones, se abalanzaron sobre él y lo bajaron a golpes antes de que el chorro de agua fría cayera sobre ellos. Después de repetirse la experiencia varias veces, al final el nuevo mono comprendió que era mejor para su seguridad renunciar a los plátanos.

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Los experimentadores sustituyeron otra vez a uno de los monos del grupo inicial. El primer mono sustituido participó con entusiasmo en las palizas al nuevo mono trepador. Posteriormente se repitió el proceso con el tercer, cuarto y quinto mono, hasta que llegó un momento en que todos los monos del experimento inicial habían sido sustituidos.

En ese momento, los experimentadores se encontraron con algo sorprendente. Ninguno de los monos que había en la habitación había recibido nunca el chorro de agua fría. Sin embargo, ninguno se atrevía a trepar para hacerse con los plátanos. Si hubieran podido preguntar a los primates por qué no subían para alcanzar el alimento, probablemente la respuesta hubiera sido esta: “No lo sé. Esto siempre ha sido así”.

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Muchas veces no logramos encontrar la solución o el camino adecuado para nosotros porque nos limitamos en las opciones por lo que otros dicen. Cuando nos ‘educan’ nos transmiten una serie de limitaciones que muchas veces no pasan por la lógica ni por la razón. Sólo por el miedo que otros tuvieron por algo que intentaron y no les salió bien. Ahí se genera una resistencia al cambio que limita y frustra sin un motivo objetivo, real. Pero ahora es otro momento, eres otra persona y tienes otros recursos ¿te vas a conformar porque siempre se ha hecho así?

Nuestro pequeño príncipe

“Lo esencial es invisible a los ojos”

Pero no a los del corazón. Todo lo que podamos escribir sobre el conocido cuento de Saint-Exupéry (Le Petit Prince, 1943) sería repetir lo que cualquiera que haya leído el libro puede ver. Este autor tuvo la capacidad de escribir sobre la naturaleza humana de manera tan sencilla y franca que conmueve.

Por eso hoy quería hablar sobre la película recientemente estrenada. Aunque de entrada podemos ser recelosos de la adaptación que se puede hacer de un libro, sobretodo de un icono como éste, por lo menos para mí ha sido una grata sorpresa. Más allá del hermoso mensaje de inocencia y libertad del pequeño príncipe, creo que es un acierto cómo han presentado la historia en un mundo actual, y como muestran un mensaje que nos pasa de manera subliminal en nuestra vida: ¿quieres ser útil o quieres ser feliz?

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Un canto existencialista, una llamada de atención hacia lo que a veces es una huida hacia delante entre obligaciones auto-impuestas y la desconexión de nuestros sentimientos, de nuestra esencia. Un mensaje tan hablado con frecuencia cómo es el de ser no es hacer.

Recomiendo a todos los públicos acercarse a ver esta versión del clásico, no sólo porque es visualmente preciosa sino porque es una invitación a conectar con el niño que fuimos y que ahí, en el fondo, todavía somos. Date un paseo hasta el cine con tu pequeño yo y deja que te recuerde que es lo que te emociona de verdad. Creo que no te arrepentirás.

“Es una locura odiar a todas las rosas porque una te pinchó. Renunciar a todos tus sueños porque uno de ellos no se realizó.”

Cuidar del niño interior

“Eso pasó hace mucho tiempo”, “no pienso casi en ello”, “era un niño”… La última de las excusas es la que más impacta al oírla. Que fueras un niño no justifica que lo que pasó fuera mejor o menos malo. Los niños sienten igual que los adultos, y además tienen menos recursos para poder digerir la información. Por eso lo que nos sucede en la infancia es tan potente, a menudo se encapsula en nuestra mente y es vívido como si hubiera sucedido ayer. A muchos adultos les sorprende que algo que pasó hace mucho tiempo les pueda seguir emocionando.

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Las experiencias en nuestra vida cuentan desde el minuto uno que llegamos al mundo. Imagina que cada experiencia es un pequeño ladrillo que va construyendo quienes somos. Algunos son ladrillos más grandes que otros. Por lo tanto, todo lo que nos ha pasado colabora a conformar quien somos y la idea que nos hemos hecho de cómo son las cosas. Si nos han pegado pensaremos que pegar es normal y en realidad no lo es. Justificar ciertas acciones en la infancia puede suponer una herida que no se ha curado y sigue doliendo en la edad adulta. Es norma general que nos convenzan de que madurar es dejar atrás una serie de cosas: dibujar, imaginar historias, soñar despierto, reír abiertamente, jugar, hacer experimentos y sobretodo ser espontáneo. Pero nos olvidamos que este es el camino por el que aprendemos. Si nos volvemos adultos ‘muy serios’ acabamos limitando nuestras opciones porque no hemos alimentado nuestra creatividad como hacemos de niños. Nos vamos llenando de miedos.

Me gustó mucho este corto de Peter H. Reynolds que me enviaron el otro día. Me resulta muy conmovedor y pienso nos da una buena oportunidad de reflexión.

A menudo hemos dejado tan atrás a ese ‘niño interior’. Podemos tener la sensación de falta de sentido que nos lleva a la insatisfacción vital. Por eso, es importante no olvidarnos de mantener una línea directa con nuestros sentimientos y deseos con la que nos podamos comunicar asiduamente. Estas preguntas te pueden ayudar a ver si la mantienes o no. Y responder con monosílabos no vale:

  • ¿Te preocupa más hacer las cosas bien o las cosas correctas?
  • ¿Te gustaría tener menos cosas que hacer o hacer más cosas que disfrutes?
  • ¿Por qué haces tantas cosas que no te gustan si hay tantas cosas que te gustan y no haces?
  • ¿Qué consejo le darías a tu niño pasado si pudieras volver atrás?

Aprovecha el verano y el buen tiempo para conectarte contigo mismo. Las vacaciones nos dan la ocasión de realizar pruebas y tener ese tiempo valioso para hacer cosas diferentes. Aunque sean pequeñas píldoras, pueden reactivarte durante tiempo. Las excepciones son importantes.